domingo, 1 de mayo de 2011

OUTSIDER


Cecilia apenas tenía cumplido once años y jamás de los jamases, ni por decreto de Sanguinetti había escuchado una canción de los Ramones, ni mucho menos podría tener ella, la mas mínima idea de in movimiento musical llamado punk, con esos escasos años de existencia y viviendo en una ciudad con una cultura negativamente peculiar.
Dentro de la vida social en la escuela, Cecilia había sido siempre un cero a la izquierda, si bien no era lo que se dice “mala en los estudios”, el banco del fondo del salón era suyo y allí precisamente permanecía sin excepción, todos los días de la semana.
En los recreos imitaba una estaca abandonada, sentada sola en un rincón sin mirar a nadie, y siendo observada por todos, a la vez que múltiples risas burlonas la tenían de blanco, aunque poco caso ya le hacía, más que nada por un tema de  costumbre.
En algún lugar, en algún acto reprimido, o tal vez en la manera en que la familia o las instituciones educaban a los niños, debía estar el principio donde se engendraba esa especie de enfermedad que volcaba las personas en algo espantoso, mediante lo cual cultivaban la necesidad de ser superiores a los demás.
Todos la miraban mal, tratándola como si fuera un estorbo por ser diferente, y ella no daba pelea, tan solo se resignaba a ser discriminada por ser distinta, hasta se lo tomaba con una calma tan extraña que hacía parecer que nada de lo que pudieran insinuar y decir pudiera causarle molestias.
A veces esa extraña calma se tornaba en un aislacionismo ya no del mundo escolar, sino del mundo en general, algo que yo en ese momento no podía entender y decodificar, y que no lo hice hasta muchos años despues.
Su familia era una historia bastante particular, de la cual poco se sabia, aunque se manejaban varias historias, todas bastante oscuras e inconclusas sin ninguna certeza de su veracidad, definitivamente la vida no había sido muy generosa con su entorno, y allí en una pose rara, caminaba ella, como si estuviera buscando hormigas, escapando a la sociedad (¿a sus beneficios también?) mirando hacia delante y negando los dos flancos.
Mis impresiones en esa época, mas que precisas, era confusas, (yo también era un niño observador) y en un alto grado un misero ignorante; no sabía que opinar, que pensar, por eso me abstenía de las dos cosas, pues a decir verdad tampoco me interesaba, aunque sabía bien que ella, no era la mierda que todos asignaban, si bien tampoco era el paraíso.
La mierda (o la proyección de ella) estaba en otro sitio, en otros seres humanos y no precisamente en ella, tal vez en el idealismo purista que tenían todos aquellos que la degradaban, sin ninguna razón. 
Si hoy miro a la realidad directamente a los ojos, se bien donde está instalada la mierda, y no puedo pretender hacer otra cosa que reírme del pasado, que ha quedado estancado, como generalmente sucede, y porque el tiempo suele ser una arma muy infravalorada, pero tiene un poder brutal. 
En realidad, apelando a la sinceridad, no se porque recuerdos que no tenían importancia, me invaden hoy de esta manera un tando desordenado. Se me hace fresca aquella tarde como tantas otras, en que la maestra había procedido a corregir la tarea, y así, uno por uno, fue llamando a cada alumno, cuando le llego el turno a Cecilia, una serie de risas se produjo como una especie de marea humana, la razón; uno de los chistosos había hecho una broma un tanto escatológica de esas que no incluyen la complicidad de la victima, sino su ira. La tristeza envolvió a Cecilia en ese preciso instante (como tantas veces anteriormente) y se largo a sollozar como nunca antes lo había hecho o por lo menos, como nunca antes se la había visto. Sus ojos negros se fueron llenando de lágrimas que no paraban de brotar hasta tocar el piso, y allí se esparcían en aquel salón lleno de dibujos y coloridos.
El sonido producido por los cachetes desinflándose en un atronador segundo por aquel rubiecito, hirió para siempre la sensibilidad de Cecilia, ella se juraría para si misma que nunca mas confiaría en la gente, nunca mas le hablaría a la gente, nunca mas, nunca mas…
Vuelvo nuevamente a la palabrita aquella de que cabe en una mano: tiempo, que pasó, y asi deje de saber de la existencia de Cecilia, y también de aquel gracioso rubiecito, así pasaron muchos años, mas de diez, bueno también mas de quince sin saber absolutamente nada de ninguno de los dos.
Una tarde me hallaba regresando a mi casa por una de esas tantas callecitas donde las señoras mayores se sienten a “tomar el fresco”, y de pronto pareció como quebrarse el tiempo, y también el lugar, y allí estaba aquella chica, que ya no era mas una niña, sino que ya era una mujer, la mire fijamente, como tratando de indagar su sentimiento hacia mi.
Una señora gorda conversaba del estado del tiempo, con otra de lentes de edad mas avanzada. Cecilia me vio desde la vereda de enfrente, por un instante dude cual sería su pensamiento sobre mi, ¿me engraparía con el rubiecito? ¿Habría comprendido que era yo un neutral, o un cobarde que nunca se atrevió a defenderla?
Todas mis especulaciones se hicieron humo, cuando ella disparó una sonrisa de complicidad ante mi, e incluso coreó mi nombre, su sonrisa me contagió e hice lo mismo, coreé su nombre con mi mejor timbre de voz, como queriendo romper todo lo malo de aquellos momentos. Fue el arranque de algo, o el final de todo.

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