martes, 30 de noviembre de 2010

ANOCHE ME DORMI ESCUCHANDO TU VOZ



Por los altoparlantes de la terminal se escuchaba la voz femenina que se difundía en un tono mecano-digital, anunciando las partidas y los arribos de los buses.
Lejos de todo eso, y mas precisamente en el mar, (en realidad no muy preciso, si tomamos en cuenta sus dimensiones) ya se estaba ocultando el sol en un horizonte definido y sin tensión, sin embargo, esa tirantez, si estaba presente en el shopping-terminal; niños rogando para que se les comprase uno de esos helados (con precio que te dejan helado), madres y abuelas convenciendo a los niños que “no es bueno” (omitiendo el "mas que nada para el bolsillo") tomar helado en ese momento, chicas de tienda deseando terminar el día laboral para volver a sus casas, y algunos guardias de seguridad pestañeando por el sueño, desganados, todo eso no era el mar, ni un rio, ni un arroyo, era sencillamente la sociedad reunida en un centro comercial siguiendo los caminos permitidos.
El sol ya estaba casi oculto y así la luz artificial iba tomando el mando de la tardecita, una más en la semana, de una semana más en el mes, de un mes más en otro de los almanaques que en diciembre se tiran a la basura.
Así fue que Martín llego a la terminal para emprender un nuevo viaje de mas de 4 horas, hacia “afuera”, ese eufemismo, mitad ridículo, mitad inconsciente para hablar del interior.
Martín no estaba tenso, pero si indefinido, agotado por una relación que no le permitía mas que pensar en el presente, y disfrutarlo casi a rajatabla, por ser lo único, y por ser demasiado efímero, culpa de la distancia que separaba su vida de la de Marcia.
Las tardes juntos eran del parque rodó, de mirar los niños corriendo de un lado para otro, que lloraban por caprichos y sonreían al compás de la ingenuidad de sus pequeñas edades.
El mar estaba allí al lado, junto a las piedras y a las arena, pero siempre las tardes eran muy cortas, se esfumaban muy temprano bajo los caprichos de un sol cansado tal vez por su avanzada edad y poco tiempo quedaba en el minutero del amor.
Así, sin la complicidad de aquel astro caluroso y amo absoluto del día, la unión del juego iba dando paso a la separación de sus caminos, la postergación eterna.
Había muchas cosas que mantenían unida a la pareja a pesar de todos los pesares y de todos los imposibles, sus corazones tenían una especie de telepatía que no necesitaban ni hablarse para entenderse, bastaba con solo una mirada para adivinar lo que el otro estaba pensando, por ello no pasaba algo muy común en todas las parejas, la frase “¿en que estas pensando?” era una serie de palabras muy raramente conjugadas, simplemente porque no era necesario.
Marcia era montevideana, Martín era del “pago más grande de la patria”, de Tacuarembó y vivía allí en su casa con vista directa al desagüe.
A Martín no le gustaba vivir allí, no al lado del desagüe, sino directamente en Tacuarembó, una ciudad que tenía todo lo que al no le gustaba ni un poco, y que le faltaba todo lo que el pretendía, pero por cuestiones de interés familiar debía permanecer al menos durante un tiempo en aquel sitio que tanto rechazo le daba.
Cada vez que pensaba en su lejana novia, no hacía mas que rebanarse los sesos tratando de romper la distancia y tomarla de la mano una vez mas, pero esto con mucha (muchisima) suerte se daba una vez por mes, mientras que dicha espera no era mas que un suceso de añoranza.
En el día a día la rutina lo tenia con su simpático rostro detrás del mostrador, del comercio familiar, como buen hijo de familia, cosa que cumplía firmemente desde los 12 años, pero que ya muy agobiado lo tenía.
Por su parte Marcia tenía una vida diferente, sin dudas mas agitada, del trabajo a la facultad, de allí a su hogar, los fin de semana a visitar a su papá, ya que sus padres vivían separados desde que ella tenía 12 años.
Ciertamente Marcía era una chica muy inteligente y capaz, ademas de muy hermosa, atributo por el cual recibía innumerables piropos de los jóvenes en la calle, sin embargo su corazón era entera propiedad de Martin, aquel chico que alguna vez la conquisto con su mirada inocente y encantadora en un cumpleaños de un pariente en aquel departamento tan inmenso y donde la gente es cálida y la tarde no parece acabar facilmente cuando se trata de un cumpleaños.
El mes de enero era el preferido de los dos, por la sencilla razón de ser, el que mas tiempo pasaban juntos y en el que mas palabras bonitas se decían cara a cara, porque una cosa es mirar la luna sólo y otra diferente con el amor que la vida te regala.
ver la luna solo no significa nada, o casi nada bueno, a veces hasta puede ser algo muy triste, y los ojos se pierden buscando en aquella figura redonda y regordete la cara de algunos de esos seres queridos que perdimos, y hasta algunas veces la imaginación nos hace el juego y aparecen allí, aunque solo sea para jodernos un poco el corazón.
Una de esas tantas noches mirando la luna sentados en el pasto de una plaza, Marcía tenía algo para decirle a Martin, algo un tanto complicado de digerir, pero tal vez mas díficil de pronunciar.
Martin con una mano se tocaba un poco el pelo, como dejando ver un manojo de nervios y con la otra arrancaba un trozo del cesped, como si pudiera mantener la calma y tragarse el trago amargo que le estaban preparando.
Por un momento, toda el agua del mar pareció vaciarse y caer rotundamente en su cuerpo, un estampido fuerte y extrañamente seco, su mente no conjuba ya ningún verbo bien, tal cual niño de 7 años metido a prepo en otro país, pero otra parte de su corazón le mostraba una luna brillosa e inmensa, y su mano amarrada a la de su amor dibujando un camino.
Para Marcia tampoco era fácil hablar, ni comunicarle el fin de una historia a alguien a quien le tenía tanto cariño, pero debía hacerlo, su lealtad la obligaba, y ella prefería que el adios fuera a tiempo.
Poco permanecio la noticia en el aire, a veces sobran palabras cuando el clima todo lo dice, ninguno de los dos se quedo con el recuerdo de las últimas palabras, porque en silencio y sin darse cuenta prefirieron amañar recuerdos más amenos.
Esa misma noche Martin se fue a la terminal como una hormiguita mas, triste, cabizbajo y diminuto entre las personas que mas o menos felices iban a tomar el bus, fue el peor viaje de su vida esa noche, como no podía ser de otra manera.
Su cama en Tacuarembó ya lo esperaba para abrazar su llanto y allí se encerró, para comenzar a matar su vieja sonrisa, y ahogarse en una mirada pérdida y vacía, día tras día.
A veces ni siquiera salía de su habitación, mas que para comer o ir al baño, como salido de la imaginacion de Kafka, sombrío y sin querer ver el mundo exterior.
Una noche buscando un cassete para escuchar en su walkman, encontró uno que en vez de una estrella y el nombre de un grupo, tenía dibujado un corazón y un nombre de seis letras, no lo penso dos veces, lo puso en el walkman, se puso los auriculares, apreto "play" y cerro sus ojos.

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